domingo, 6 de febrero de 2011

Capítulo 1

Quizás fueron los nervios lo que le despertaron antes de lo previsto. Los preparativos del despertador de la noche anterior no habían servido de mucho. Cuando abrió los ojos por primera vez esa mañana, una manada de elefantes corrieron la maratón en su interior haciendo parecer que en cualquier momento, el corazón se le saldría del pecho.
Desactivó la función de alarma de su reloj y se levantó de un salto. Fue al baño, se lavó la cara y se peinó. Abrió su armario y se quedó mirando su interior durante unos instantes esperando que éste le indicara qué ponerse. Solía ser muy indeciso para eso de elegir.
Al rato, se decantó por un traje informal que le hacía parecer unos años mayor. Se puso unas zapatillas, de esas que no calan, y con el último trozo de la tostada de su desayuno aún en su boca, salió a la calle.
Eligió una canción de su reproductor de música y la puso al máximo volumen. Era ahí cuando sentía la adrenalina de la música correr por sus venas y le hacía parecer que podía con todo.
 Caminaba hacia esa casa, ¿Cuántas veces había pasado por esas calles, jardines, plazas y colegios con esa misma sensación de nervios en el estómago?
Pasó por un bordillo que había en frente de un quiosco y muchos recuerdos vinieron a su cabeza.
Aquel muchacho, lleno de ilusiones rotas, de mirada inocente propia de un niño, con lágrimas en sus mejillas y cabizbajo sentado en aquel bordillo. Aquel muchacho que podía hacer lo que estuviese en su mano y más por la chica por la que estaba total y completamente enamorado desde hacía un tiempo. Aquel muchacho lloraba en aquel bordillo porque parecía que no había nada en el mundo que pudiese hacer para que las oportunidades con su querida, no fueran tan bajas. Sólo a él se le ocurriría ahorrar más tiempo de lo que alguien pueda imaginar con tal de comprar un regalo que complazca a su querida y le sacase una gran sonrisa.
El muchacho recibió un mensaje en su móvil mientras seguía sentado en aquel bordillo con los codos apoyados en sus rodillas y la cabeza apoyada en sus manos dejando caer sus lágrimas en un perfecto recorrido al suelo.
Temblando al ver quién se lo había enviado,  lo abrió.
-Gracias por el regalo, no debías de haberte gastado tanto dinero... ¡es muy caro! Pero me ha encantado. Te debo una. ¡Gracias!
Quizás aquel mensaje le hizo sentirse peor acostumbrado ya a sus "te quiero" a final de cada mensaje.
Él le contestó:
"No me des las gracias y tranquila tu a mi no me debes nada."
La gran mentira. Le debía mucho. Le debía mil y una respuestas a sus preguntas, mil y una sonrisas robadas, mil y una promesas que nunca cumplió.
Ella nunca entendió que él no quería nada de ella, la quería a ella.

Tras recordar esa etapa de su vida, se sentó tras un año en aquel bordillo, miró al suelo y se imaginó todas las lágrimas que dejó caer. Fue entonces cuando recordó otro episodio de su vida en esas calles.

Un día de Diciembre, con una escusa que ni él recordaba, fue a la casa de su querida.
Temblando, tocó el timbre de su casa. Estaba nervioso y tenía frío.
Ella abrió la puerta y se quedó con cara de póquer. Tuvieron un contacto visual que les recordó cómo solían perderse cada uno en la mirada del otro. Apartó la vista y se aventuró a ser la primera en pronunciar palabra.
-¿Qué haces aquí?
Él se inventó la mejor escusa que pudo.
Quizás con una mirada compasiva, ella se apartó de la puerta dejándolo pasar.
Él siguió contándole más escusas para que ella no creyese que no estaba allí por casualidad. Mientras le contaba no se atrevía a mirarla. Sus ojos le dañaban. Le hacían recordar lo que un día fue suyo y que ya no era y lo que sentía por ella. Algo tan grande y fuerte que ni el mejor licenciado en filología española lograría expresarlo.
Tras hablar de un par de cosas no muy importantes ella pronunció su nombre, de esa forma que sólo ella sabe pronunciarlo y que suena bonito.
- Ulises, vuelve a casa, ya es tarde y tus padres deben de estar preocupados.
-Vale.- afirmó él.
-¿Quieres un paraguas?
-No gracias, es igual.
-Está lloviendo...
-De verdad, es igual, tengo capucha.
Se acercaron a la puerta juntos y para despedirse, él se acercó a darle dos besos en la mejilla.
Le pareció estar dándoselos a cámara lenta, sintió su mejilla y su respiración.
Volvió a casa corriendo por las calles mientras ella era su único pensamiento.
Se levantó del bordillo y atravesó el parque. Recordó otro momento que no fue nada agradable.
Un día de Octubre se presentó en su casa. Era la primera vez que se atrevió después de que todo terminara de intentar volver a verla. Pero cuándo él llamo al timbre, ella al ver quién era soltó un gemido triste y cerró violentamente  la puerta delante de él.
-Ábreme,  Malú.
No hubo contestación pero escuhó su respiración al otro lado de la puerta.
-Malú, por favor.- suplicó con un hilo de voz.
No hubo respuesta aunque Malú seguía al otro lado.
-¡Maldita sea!-sollozó-¡ábreme la puerta!
Se dejó caer sobre la puerta con una impotencia enorme. Se alejó de su casa, llegó al parque y lloró cómo nunca antes había hecho.
"Te odio, Malú." pensó.
La gran mentira.

Esa fue la primera vez que volvió a su casa después de que todo acabase. Que su relación terminara. Que su sonrisa dejara de tener sentido.
Y tras dos años ahí estaba él, plantado en frente de su casa dispuesto a enfrentarse a lo que tuviera que pasar en aquel momento.

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